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La Casa 37 -Domenica-


“Me invitaron a realizar un viaje imaginario al pasado, a la esencia más profunda de mi ser, al origen, al legado, a la herencia, a la anécdota, que no es simplemente eso, sino un rosario interminable de penurias, alegrías, tristezas, pérdidas y ganancias, renunciamientos y posibilidades, en fin vida… Y en ese viaje, de pronto, impensadamente, la memoria se llenó de fragancias, de olores especiales, únicos y casi olvidados, de palabras que mezclaban el castellano y el italiano (que yo inexplicablemente entendía), de canciones cantadas con una vocecita aguda y dulce que calmaba mis angustias infantiles, de manos finas pero trabajadoras que acariciaban mis heridas… Volví a sentir el sabor del fruto del castaño natal, árbol de luz, alimento de la abuela allá en Italia, y sus raíces se unieron a las mías, enredándose mágicamente en una inmensa maraña de recuerdos”. Mónica Nigro Re

Domenica cultivaba el lenguaje espiritual, con el paso de los años he descubierto que era en la Tierra parecida al Papa y si Ud. me permite, me explico. Era quien guiaba la Casa 37. De niño tan solo era mi abuela tan bien descrita arriba por mi prima Mónica. Pero detrás de esta disquisición está el comprender como una mujer tan alejada de su mundo: Los Alpes italianos, traslado consigo la Casa 37:

“Una cuenta que tiene el poder de oír lo que dices”

Un viaje del que siempre se arrepintió, del que sintió una gran pena. Domenica intuía que el mundo era una bola gigantesca que se movía para huir de sus miserias. Su mirada serena coexistía con la vida diaria, crio dos hijos, tuvo dos nietos y curo a muchos de dolencias físicas que eran dolencias del alma.

Con el paso del tiempo he descubierto que su verdadera tarea en este mundo fue curar a las gentes sencillas de las enfermedades del alma. De los nervios, como le llamaban en su tiempo. Su técnica consistía en escuchar, luego concentrarse y rezar una interminable oración que conectaba con el afligido. Y le liberaba, o al menos se marchaba tranquilo. Nunca cobro por sus servicios, era una ciencia de la vida.

Pasados los años descubrí que pertenecía a la Casa 37 pues circunstancialmente acepte que en mí vivía un Don, el poder de conectar utilizando unas letras con la Casa 37 y… ¡allí estaba ella! Y seguía observando esa bola gigantesca –la Tierra- que se desplaza a la autodestrucción. Ahora cada tanto me envía un mensaje: una luz que estalla, un pájaro que no encuentra su camino, una persona que me pregunta algo pero me quiere decir otra cosa, una persona que se ha separado y desea encontrar otra solicitud de amor que le corresponda, o alguien que vive un duelo y posee el deseo de superarlo.

#Males del alma que con su ayuda intento corregir# Pero debo confesar que a diferencia de mi abuela los demás no perciben mi posición, tal vez como en su día cuando niño yo no entendí la suya.

Nota:

(1)La llegada de los italianos. Mónica Nigro Oliva. Editorial Brujas. No está en internet

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